Tecnoestrés e hiperconectividad: 8 consejos para aprender a desconectar del trabajo

Salud mental

La constante conexión digital está pasando factura al bienestar emocional y exige estrategias claras para desconectar sin culpa

¿Tu trabajo te estresa demasiado? Así está afectando a tu salud

El 'tecnoestrés' ha venido para quedarse.

El 'tecnoestrés' ha venido para quedarse.

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En una era marcada por la inmediatez, los correos electrónicos que no dejan de llenar a la bandeja de entrada y las notificaciones de WhatsApp no entienden de horarios. Esta constante conexión, lo que los expertos de UPAD Psicología y Coaching denominan ‘hiperconectividad’, está provocando una nueva forma de desgaste emocional: el tecnoestrés. Lejos de ser un fenómeno pasajero, se ha convertido en una problemática real que interfiere con el descanso, la concentración y hasta con las relaciones personales.

Desde este centro madrileño especializado en salud mental y coaching, explican que cuando el trabajo invade el espacio personal, el cuerpo y la mente no encuentran respiro. Se mantiene una alerta continua, incluso cuando ya no hay tareas pendientes. La ‘hiperconectividad’ no sólo agota, también desdibuja los límites entre lo laboral y lo privado. Y lo peor: muchas veces pasa desapercibido hasta que se convierte en una bola de nieve emocional.

Según un análisis publicado en LinkedIn por Laboratorios Lafedar, el tecnoestrés surge cuando no se gestionan adecuadamente las tecnologías en el entorno profesional. Este desajuste entre la demanda tecnológica y los recursos personales desemboca en ansiedad, irritabilidad e incluso trastornos físicos como insomnio o fatiga crónica.

Ahora bien, desconectar no es tan sencillo como apagar el móvil. Existe una carga mental invisible, una especie de culpa por no estar disponible, muy presente en muchas culturas corporativas. Algunos trabajadores sienten que si no responden de inmediato, perderán oportunidades o mostrarán poca implicación, advierten desde UPAD.

Aprender a estar ‘off’

Volver a encontrar el equilibrio exige compromiso y acciones muy concretas. La primera clave está en establecer horarios reales y, sobre todo, respetarlos. No es sólo cuestión de apagar el ordenador, sino de enviar el mensaje (a uno mismo y a los demás) de que el día laboral ha terminado.

Otro punto crucial es crear rituales de desconexión. Cambiarse de ropa, salir a caminar o hacer una pausa musical ayudan al cerebro a marcar el cambio de rol. También es útil gestionar las notificaciones: si el móvil no vibra, el impulso de contestar se reduce notablemente.

En paralelo, desde el centro madrileño proponen incorporar espacios sin pantallas, fomentar actividades placenteras (desde cocinar hasta practicar yoga) y cultivar el mindfulness para centrarse en el presente. Desconectar es un acto de autocuidado.

El trabajo remoto ha intensificado este problema, donde el salón ahora también es oficina o la cama hace de sala de reuniones. Ante este panorama, establecer límites firmes es recomendable y necesario para evitar el agotamiento crónico.

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La tecnología, como herramienta, no tiene la culpa. El reto está en cómo se usa. Aprender a decir “hasta mañana” sin remordimientos es, quizás, uno de los grandes aprendizajes de la era digital. Porque, al final, desconectar también es vivir.

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