Tienen veintitantos, salen a correr, hacen pesas y comen quinoa, pero terminan ingresados por un infarto. No es una exageración. Cada vez son más los jóvenes que, a pesar de llevar una vida aparentemente saludable, acaban en una unidad coronaria. La imagen clásica del infarto, reservada a personas mayores, ha quedado desfasada. La estadística va en una dirección inquietante y apunta a un culpable claro: el estilo de vida actual.
Hay riesgo real
La juventud no protege del infarto si el ritmo de vida va en contra
El cardiólogo Aurelio Rojas lo advirtió en un vídeo publicado en su cuenta de TikTok, donde desgranó los cinco hábitos diarios que, según explicó, aumentan considerablemente el riesgo de sufrir un infarto a edades tempranas. Entre ellos, uno que empieza antes de lo que muchos piensan. La alimentación, desde la infancia, deja rastro. Rojas señaló que “cada bocado deja huella”.
Otro de los factores que destacó tiene que ver con lo que no se ve, pero influye de forma directa. El sedentarismo y la falta de ejercicio de fuerza debilitan una protección clave del cuerpo. Según explicó Rojas, “el músculo protege tu corazón”.
Al listado añadió también los tóxicos habituales, tanto los legales como los no tanto. En el mismo vídeo, Rojas advirtió sobre el riesgo que conllevan sustancias como el tabaco, el vapeo o incluso otras de consumo ocasional, y subrayó que “pueden ser el desencadenante”.
Aunque en muchas ocasiones se normaliza vivir con prisa, dormir poco o estar bajo presión constante, ese ritmo tiene un precio. Rojas afirmó que “tu sistema nervioso lo sufre y tu corazón también”.
Por último, se refirió a un detalle que suele pasarse por alto incluso en revisiones médicas. Los análisis básicos pueden no reflejar ciertos marcadores fundamentales. Tal como recalcó en su intervención, “no nos sirve solo una analítica normal”.
Rojas cerró su intervención recordando que estas causas se pueden detectar a tiempo si se revisan los indicadores adecuados. Por eso, recomendó consultar con el médico valores concretos como la lipoproteína A o la inflamación vascular. Aunque el infarto juvenil ya no sea una cosa extraña, hay margen para reaccionar.