No siempre han existido fronteras, como no fuesen accidentes geográficos: que si ríos, cordilleras, lagos o un mar. Tampoco han existido siempre países, naciones, imperios. Las fronteras, reales o imaginarias, van y vienen, como las mareas o el avance o retroceso de los desiertos. Pero haberlas, haylas. El mapamundi de 1945 poco tiene que ver con el de ahora… ¡y lo que va a cambiar en los próximos años!
El historiador británico Timothy Garton Ash, gran conocedor de la historia contemporánea de Europa y sus veleidades, confesó en un artículo publicado en el 2002 su debilidad por las recién desaparecidas fronteras. Algo de nostalgia sentía por los oscuros tiempos anteriores al Acuerdo de Schengen firmado en 1985 y su implantación a partir de 1995. Le costaba apreciar a un Berlín sin su siniestro Checkpoint Charlie; o a una Europa unida sin fronteras y con miles y más miles de espías y agentes dobles o triples felizmente jubilados, acaso en las Bahamas. John Le Carré ya tenía el ojo puesto en África.
Pero también hablaba en dicho artículo de las fronteras entre la política y la cultura, entre la academia y el periodismo, la izquierda y la derecha, la historia y el reportaje. Sólo para acabar poniendo el foco en lo que denominaba witness literatura, es decir, la mal llamada literatura de no ficción; o aquello de “basado en hechos reales”, del que tanto abusan las plataformas. Dicho de otra manera, lo que le interesaba era la frontera que separa la ficción basada en hechos de la ficción puramente literaria. Y concluye que ambas pertenecen a la literatura de la misma manera que tanto Francia como Alemania pertenecen a Europa.
Y, claro, acude a los reportajes de Kapuscinski, que por aquel entonces eran muy reverenciado en los círculos periodistas progres, pero que por muy geniales y convincentes que fuesen, difícilmente aprobaría la prueba del algodón del fact-checking de The New Yorker.
Se avecinan tiempos duros. Tendremos en la eurozona una moneda común, pero no un ejército o un destino deseado y compartido
Se pasa a continuación Garton Ash a la estremecedora novela autobiográfica del también autor polaco, que no periodista, El pájaro pintado, de Jerzy Kosinski, que había sido acusado de fabular interesadamente su trágica juventud y las penurias sufridas bajo en nazismo. Kosinski se justificó de la siguiente manera: “Yo busco la verdad, no los hechos. Y ya tengo años suficientes para saber la diferencia”.
Por si nadie le había entendido, publicaría poco después Desde el jardín, una novela que tuvo su versión cinematográfica, Bienvenido, Mr. Chance, protagonizado por un genial Peter Sellars, y que hoy, en vista de quién ahora ocupa la Casa Blanca, bien merece una relectura o visionado. Ya que, como dice Garton Ash, la verdad es ese otro continente en el que tienen cabida tanto los hechos como la ficción.
La existencia de una Europa unida sin fronteras corre peligro. Y será así hasta que la Unión decida si se trata de un hecho o de una ficción que cada Estado miembro cuenta a su manera. La Marcha Radetzky (la de Joseph Roth) vuelve a sonar en las cancillerías europeas. Se avecinan tiempos duros. Tendremos en la eurozona una moneda común, sí, pero no así un ejército o un destino deseado y compartido entre la gran mayoría de los europeos.
Nada más comenzar su segundo mandato, Donald Trump ha dejado bien claro que le importan una higa los hechos e incluso menos la verdad. Le bastan y le sobran sus propias e infantiles mentiras y bulos; que sus secuaces megarricos de Silicon Valley se ocupen del resto.
Una vez cruzadas todas las líneas rojas habidas y por haber, es decir, nuestro Rubicón, todo indica que a partir de ahora habrá cada vez más y no menos fronteras, sean éstas políticas, económicas, lingüísticas, raciales, religiosas, de género, mentales o espaciales. Mas nada tendrán que ver con las de la guerra fría que tanto le fascinaban, pese a todo, a Garton Ash. Entonces había ideologías enfrentadas, o al menos eso parecía. En cuanto a la verdad, bueno, nunca ha sido más que una quimera, cuando no un estorbo.