En la última novela de Gabrielle Zevin, una niña es abandonada por su madre en una librería, convencida de que allí crecerá bien. El mensaje de la autora estadounidense a los niños es que, si leen, se transformarán en adultos interesantes a los que todo el mundo quiere conocer. El tipo de gente, vaya, que asiste cada año a la fiesta de Sant Jordi de La Vanguardia, donde las conversaciones vuelan, los escritores cantan (véase David Uclés) y las ideas se comparten con desconocidos que se transforman en amigos. Sí, niños, Zevin os dice la verdad: podéis creer en el superpoder de la lectura.

David Uclés ofreció una actuación durante la fiesta de 'La Vanguardia'
Desde el 2014, cuando dio inicio la tradición de unir, la noche antes, a todos aquellos autores que firmarán sus libros diseminados por toda la ciudad, la cita del hotel Alma no ha fallado ningún año, incluso con las dos accidentadas ediciones de pandemia: en el 2020, solo con los escritores de la foto de portada, enmascarados, y en el 2021, con aforo restringido y distancias prudenciales.
Nada más natural que un diario se hermane con los libros, que hablan nuestro mismo idioma, hecho de tipografía. A ambos nos leen para encontrar sentido a lo que nos rodea, ya sean las noticias del día o los sentimientos que nos sobrepasan. Las nuevas maneras de ver el mundo, de entenderse a uno mismo o de encontrar palabras para lo que nos sucede nos las otorga preeminentemente la lectura.
Como si fuera una traslación de ese espacio de diálogo entre opiniones diferentes que proponen las páginas del diario, el jardín se transformó anoche en una plataforma donde se mezclaban autores superventas, ensayistas, poetas, novelistas e incluso políticos que se acercaban con enorme curiosidad. Nadie diría que hay crisis de las Humanidades escuchando las conversaciones que se mantuvieron anoche en los corrillos.
Ayer fue día de luto por la muerte del Papa, un buen lector que organizó charlas de sus alumnos con Borges cuando era profesor de literatura. Él hubiera bendecido esta fiesta.