La serie La canción (Movistar+) puede gustar, de entrada, a todos los que no vivieron el franquismo y a los que lo vivieron y sufran de amnesia. Eso no significa que no sea buena. Al contrario: es entretenida, hace una ambientación verosímil del contexto –la participación de TVE en
el festival de Eurovisión de 1968 con la canción La, la, la –, tiene diálogos inteligentes, reúne a actores inspirados y explica una versión indulgente de un episodio más político que musical. Es un episodio que la serie presenta con un tono de comedia a través de dos personajes cruciales. No son ni Massiel ni Joan Manuel Serrat (Carolina Yuste y Marcel Borràs, ambos convincentes). Son los personajes de Patrick Criado, que encarna la figura del burócrata trepa, de ambición desmesurada y de identidad sexual reprimida, y de Àlex Brandemühl, que recrea la figura de Artur Kaps. Jugando con el elemento clásico de la superación de obstáculos encadenados en un momento histórico fácil de identificar, La canción tiene el problema de proponer un tono amable en el que Franco es un anciano con zapatillas y batín, esclavo del caudillismo doméstico de una Carmen Polo que lo trata como Rosa Maria Sardà trataba al pobre Honorato. Esta indulgencia retrospectiva no renuncia a denunciar la violencia policial en la universidad ni los chantajes y los castigos que sufrió Serrat cuando el franquismo le prohibió cantar el La, la, la en catalán. Es una serie que puede gustarte, sí, pero si lo admites demasiado fácilmente, sabes que estás traicionando los mínimos niveles de exigencia respecto al propio pasado, individual y colectivo.
Los protagonistas de la serie sobre la canción ‘La, la, la’ no son ni Massiel ni Joan Manuel Serrat
CLONACIONES. El riesgo de la clonación perjudica la credibilidad de algunas series. Doktrinen , por ejemplo, la serie sueca estrenada en Filmin con el título de 8 meses , plantea una intriga entre periodismo y política que recuerda demasiado a Borgen sin alcanzar sus niveles de calidad. La intriga incorpora el pánico de los suecos a una posible invasión rusa y las prisas por incorporarse a la OTAN y los laberintos corruptibles que acompañan esta turbulenta transición geopolítica. La serie I, Jack Wright (Prime), en cambio, plantea la clásica historia de la muerte, en extrañas circunstancias, de un millonario que deja un testamento que multiplica las hipótesis. Aunque el planteamiento sea clásico, el dibujo de los personajes –todos abyectos, ambiciosos y estúpidos– recuerda demasiado el de la aplaudida Succession.