El mayordomo obsequioso

futuros imperfectos

El mayordomo obsequioso
Consejero editorial

Eugene Allen trabajó 34 años en la Casa Blanca, hasta que Ronald Reagan le nombró mayordomo de la institución. Su vida inspiró una película que interpretaba Forest Whitaker, donde más allá de glosar la igualdad y la justicia social –era el primer mayordomo negro de la historia de la residencia presidencial– ponía de relieve dos condiciones para ocupar el cargo: no confundir ser servicial con resultar indigno y hacer bien el trabajo sin esperar halagos ni felicitaciones.

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Donald Trump y Mark Rutte en la cumbre de la OTAN 

Ludovic Marin/Reuters

Viendo a Mark Rutte, secretario general de la OTAN, mostrarse como un mayordomo obsequioso ante la visita de Donald Trump, sin la menor dignidad en las palabras y adulador hasta el empacho en las formas, se podría pensar que fue un error su elección. En la vida uno nunca debe ponerse como una alfombra para ser pisoteado por nadie. Y menos cuando representa a una institución como la Alianza Atlántica, en que Europa está obligada a mantener los principios fundacionales en favor de la libertad, la democracia y la cooperación. Seguramente más que en ningún otro momento, por la irrupción de los populismos y las autocracias.

Rutte quiso agradar tanto a Trump que perdió la dignidad y debilitó a Europa

Entiendo que Rutte quiere agradar a Trump, aunque debería aspirar a hacerse respetar. De un secretario general de la OTAN se espera mesura, inteligencia y contención. A qué viene enviar un mensaje al presidente de EE.UU. en que escribió entre halagos: “Europa pagará a lo grande y será tu victoria”. Pero ¿quién se ha creído que es este personaje? ¿En nombre de quién habla? ¿Cómo se puede ser tan baboso? El tono del mensaje causó tanta hilaridad como vergüenza entre muchos de los asistentes a la cumbre de la OTAN.

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Con su afán de agradar, Rutte perdió la dignidad y debilitó la posición de Europa. La secretaría general de la Alianza Atlántica ha tenido personajes que la han enaltecido. Pienso en Javier Solana, que era un ejemplo de sensatez en los discursos, hábil en las estrategias y equilibrado en las decisiones. Y con una relación privilegiada con Washington. Él no hubiera recibido a Trump como si este fuera un jugador de póquer dis­puesto a vaciarnos los bolsillos, decidido incluso a hacernos trampas con las cartas. Ni le hubiera reído las ­gracias.

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