Estarán ustedes conmigo en que sería relativamente fácil relacionar algunas frases célebres, en la retina de la mayoría de nosotros, con el presidente que las pronunció. Del “puedo prometer y prometo” de Suárez, el “yo lo que quiero es que España funcione” de Felipe González, pasando por el “tenemos el mejor sistema financiero del mundo” (semanas antes del crac) de Zapatero al “España va bien” de Aznar. Con Calvo-Sotelo y Rajoy lo tenemos más difícil. Del primero, seguramente, por la brevedad de su mandato y del segundo porque sus “los chuches”, “me gustan los catalanes porque hacen cosas” o “los españoles son muy españoles y mucho españoles” eclipsaron otro tipo de frases más significativas políticamente.

Rajoy aparte, no son ninguna de ellas frases baladíes y tienen mucho que ver con la actitud y la identificación que cada uno de nuestros presidentes tuvo con el proyecto político que encarnaron y las necesidades del país que gobernaron. Credibilidad y seriedad en Suárez, pragmatismo y modernización en González, euforia económica en Aznar y Zapatero. Es pronto todavía para saber las frases que quedarán del presidente Sánchez, del “muro contra la derecha” al “somos más” o las que estén por pronunciar todavía, pero sí que hay un cierto patrón en todos ellos: no existe una relación lineal entre cómo se les recuerda políticamente y lo que pasó económica y socialmente en sus mandatos.
Suárez, por ejemplo, gobernó un periodo de seria crisis económica y social y, en cambio, todos los datos nos dicen que es recordado como un buen presidente. Y tiene su lógica. La política no es ajena al contexto ni los electores esperan milagros, solo una buena gobernanza de los asuntos colectivos y un proyecto que encamine el destino común, dadas las circunstancias. Churchill creció como político gobernando tiempos dramáticos de guerra.
Si el crecimiento macro no va con políticas de igualdad y redistribución, el bienestar desaparece
Sin embargo, hay algo de esta lógica que me chirría. No sé si ustedes lo ven igual, pero mi convicción es que el único juicio político válido es sobre las consecuencias colectivas de la acción que impulsa cada gobernante. ¿He dejado un país mejor que me lo encontré? ¿He dejado un país más acorde con el que prometí y por lo que fui votado? Esas son, a mi modo de ver, las preguntas relevantes.
En este sentido, me cuesta entender por qué tenemos tan poco debate público sobre el funcionamiento real de nuestra economía. Nos dicen que España va bien. Y es verdad. España ha protagonizado una de las recuperaciones macroeconómicas más dinámicas de Europa tras la pandemia. El empleo y el PIB han superado con creces los niveles precovid del 2019. Sin embargo, según el Eurobarómetro, la percepción sobre las expectativas relacionadas con la situación económica es hoy peor que la que se tenía en el 2019. ¿Cómo se explica esta paradoja?
Seguramente porque la renta disponible en términos reales apenas ha avanzado. No lo han hecho los salarios reales (solo un 1,1%), no lo ha hecho el consumo, que apenas ha crecido, y tampoco la productividad, que es lo que permite el aumento sostenido de los salarios. El aumento en 2 puntos del tipo medio del IRPF, la inflación sufrida en el 2022 –especialmente en algo tan sensible como los alimentos– y la locura en que se ha convertido el mercado de la vivienda contribuyen a esta percepción negativa: España va bien, pero a mí no tanto. Si a esto añadimos un aumento de la pobreza (la infantil sobre todo) y un ascensor social gripado donde heredar es un factor más importante que trabajar, el cóctel está servido.
El crecimiento económico es un factor imprescindible para la prosperidad de un país. Pero sirve de poco si no se traslada a los ciudadanos y les incrementa su percepción de seguridad sobre el futuro. Si, además, este crecimiento macro no se acompaña de políticas de igualdad y redistribución, la palabra bienestar desaparece de nuestro paisaje.
Combatir la inquietud global que expresan los ciudadanos, especialmente las clases medias, es el tema más importante que tenemos sobre la mesa. Y la llave sobre nuestro futuro. No son tiempos fáciles. Y más que una frase afortunada, exigirán unos cuantos párrafos. Igual es hora de que dediquemos nuestras energías a pensarlos y a ejecutarlos.