La inmortalidad no es lo que era

La inmortalidad no es lo que era
Consejero editorial

Son tiempos de egos desproporcionados, de individualismos desencadenados, de narcisismos desbocados. Cualquier insensato cree que merece ser inmortalizado por un éxito puntual o una ocurrencia inesperada. El culto excesivo hacia uno mismo forma parte de nuestros días, en que los influencers han sustituido a los intelectuales, los vivales a los políticos y los arribistas a los estadistas. Y en los que cualquier insensato piensa que tiene derecho a que le levanten una estatua. 

Algunas de las imágenes colgadas en el vídeo de Donald Trump

A la izquierda, la estatua de oro que Trump imagina en el vídeo sobre Gaza 

Truth Social

Al menos en la antigua Roma, eran los emperadores, después de haber triunfado en el campo de batalla, quienes se hacían inmortalizar para trascender su condición humana, a fin de convertirse en héroes mitológicos, lo que los acercaba a la divinidad. El arte se puso al servicio del poder. Alain Resnais realizó un documental donde decía que cuando los hombres están muertos entran en la historia, cuando las estatuas están muertas entran en el arte.

El propietario de Tesla tiene una escultura en la calle 15 de Manhattan frente a una de sus compañías (la verdad es que podría ser Elon Musk o Ben Stiller porque el autor no estuvo inspirado). Donald Trump aspira a disponer de una estatua de oro en esa Riviera que se imagina en Gaza. 

En un mundo de egos desencadenados, todo el mundo cree tener derecho a su estatua

E incluso Cristiano Ronaldo por su 40.º aniversario ha sido inmortalizado por un escultor italiano con una figura de bronce de tres metros y medio, que está haciendo una gira mundial sobre un camión. 

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El último en considerar que se merece un monumento ha sido Gerard Piqué, en este ­caso por intermediar en la celebración de la Supercopa de España en Arabia Saudí. Al salir del juzgado declaró: “No es por ponerme ­medallas, pero en cualquier otro país del mundo me pondrían una estatua”.

Juraría que la única persona que tuvo una estatua (de sal) sin ganas fue la mujer de Lot. Pero en este tiempo de egos desatados, cualquiera acabará encargando una para el recibidor. Aquel chiste de argentinos hoy resulta planetario. ¿Lo recuerdan? “¿Cómo se suicida un argentino? Primero se sube a su ego y luego...¡salta!”.

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