“Cayó desde un cuarto piso... y con él, también se hizo evidente la negligencia”: cuando el cuidado de los animales recae sobre las mujeres 

Vidas reales

Cuidar no es femenino, es urgente

El cuidado como acto transformador

El cuidado como acto transformador

namussi

Gregorio y Toñi eran una pareja como tantas. Tenían tres gatos, una pequeña familia felina con la que compartían su día a día. Tras su separación, Toñi se quedó con las dos hembras y Gregorio con el macho. Hasta ahí, todo parecía equitativo. Pero la forma de cuidar cambió por completo.

Toñi contactó con Mishilovers en pleno proceso de mudanza. Quería asegurarse de que el traslado fuera lo menos estresante posible para sus gatas. Protegió balcones y ventanas, buscó asesoramiento en comportamiento felino y preparó su nuevo hogar con todo el amor y respeto que merece un animal.

Gregorio, en cambio, metió a su gato dentro del arenero —vaciado y convertido en una caja de transporte improvisada—, sellado con cinta adhesiva para que no pudiera salir. Cuando el gato llegó a su nuevo piso, estaba sucio de sus propias micciones, asustado, sin olores familiares, sin la compañía de sus hermanas y con un tutor que pasaba la mayor parte del tiempo fuera.

Amar a los animales nunca debería ser un riesgo

Amar a los animales nunca debería ser un riesgo

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En ese piso había un balcón sin protección al que el gato podía acceder libremente, con una caída considerable a la calle. Una tarde, aburrido y solo, el gato intentó cazar una paloma. Cayó desde un cuarto piso. Una vecina lo encontró herido y avisó a la policía. Gracias al chip, localizaron a Toñi, que seguía figurando como responsable legal. Ella tuvo que hacerse cargo de la intervención veterinaria y de la multa por negligencia. Gregorio nunca había cambiado los datos del chip ni garantizado unas condiciones mínimas.

Tras la revisión veterinaria, se confirmó que el gato había sufrido una fractura de columna que le impediría de por vida orinar y defecar por sí solo. Cuando Toñi informó a Gregorio, su respuesta fue que lo mejor sería eutanasiarlo, y además, él no podía cuidarlo en ese estado. Pero Toñi, lejos de abandonar, decidió acogerlo de nuevo en casa, junto a sus hermanas. Lo acompañó en este nuevo ciclo de vida, ayudándole cada día a eliminar manualmente, y ofreciéndole el amor y la dignidad que nunca debería haber perdido.

Cuando el amor por los animales se vuelve peligroso

Pero Toñi no sólo cuida de gatos domésticos. También alimenta colonias felinas en la calle. En una de esas visitas, un chico vecino —a quien ya tenía visto y que parecía amable y respetuoso con los gatos— le pidió su número de teléfono, alegando que había una gata preñada en otra zona. Toñi, confiada, se lo dio. El mensaje que recibió no fue una ubicación. Fue una foto de sus genitales. Y después, una amenaza: si no accedía a encontrarse con él, haría daño a los gatos.

Toñi dudó. Pensó en denunciar. Sintió miedo. Pero decidió que nadie le robaría su derecho a cuidar. Era una zona rural, sin nadie alrededor. Él la esperaba en el camino. Toñi siguió recta, sin mirarlo. Alimentó a su familia felina y se marchó. Nunca más recibió mensajes. Ese día, Toñi no volvió sola. Me llamó llorando, aterrada tras el mal trago de cruzarse con su agresor, pero aliviada por su valentía.

Toñi no está sola. Y ninguna debería estarlo

Toñi no está sola. Y ninguna debería estarlo

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Realmente amaba a su familia felina. Le podía haber salido muy caro ese amor, le recriminé. En el fondo, yo habría hecho lo mismo. Para muchas de nosotras, las familias felinas están por encima de miedos y fobias. Nuestro amor bondadoso es sostenible, no fruto de lo que nos da la vida, sino que nace de dentro, por y para cuidar a gatas y gatos que lo necesitan. Eso, llévalo a otros animales y, evidentemente, a personas.

Así que si ves a alguien alimentando colonias, no juzgues: haz algo tú también para ayudar a convivir más armónicamente en este mundo.

Este artículo no es sólo sobre gatos. Es sobre mujeres. Sobre cómo el acto de cuidar, proteger y acompañar sigue recayendo mayoritariamente sobre nosotras. Y sobre cómo esa sensibilidad, en lugar de ser valorada, es muchas veces aprovechada, ridiculizada o atacada.

El acoso no es un problema aislado. Es estructural. Y muchas mujeres que alimentamos, que rescatamos, que curamos... lo sufrimos en silencio, normalizando una situación que, por suerte, ahora ya está penada por ley. Porque cuidar, en este sistema, aún se percibe como algo femenino, blando, menor. Pero cuidar es lo que sostiene el mundo. Lo que salva vidas. Lo que da sentido.

Cuidar no es un verbo de género

No es casualidad que la mayoría de personas que gestionan colonias felinas sean mujeres. Ni que muchas lo hagan solas, de noche, entre miedos, dudas y amenazas. Lo que hacen no es un hobby: es resistencia. Es compromiso. Es amor bondadoso.

Los animales también cuidan. Muchos gatos machos protegen, acompañan, lamen a las crías con ternura. La paternidad existe en el mundo animal. Y también puede existir, con plenitud, en el humano. Pero para eso necesitamos una transformación: una donde cuidar no sea un verbo de género, sino una responsabilidad compartida.

Toñi no está sola. Y ninguna debería estarlo. Porque el futuro, si es justo, será también protector. Y porque cuidar, aunque nos hayan dicho lo contrario, es el acto más valiente de todos y también el más transformador.

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