India adopta represalias contra Turquía por su apoyo político y militar a Pakistán

Enfrentamiento por Cachemira

Boicot a las manzanas y mármol turco, veto a una empresa de gestión de equipajes y cancelación de viajes

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Cartel en expresión de gratitud a las Fuerzas Armadas de India, en Eden Gardens, el mítico estadio de críquet de Calcuta 

DIBYANGSHU SARKAR / AFP

La enésima partida de ajedrez atómico entre Nueva Delhi e Islamabad no podía terminar en jaque mate. Pero las enardecidas cadenas indias preparaban para algo parecido a sus televidentes, que quedaron descolocados por la abrupta tregua de hace una semana. Una especie de tablas que a Pakistán le saben a victoria y a India le saben a poco, por lo que su gobierno anda ya a la busca de una cabeza de turco. La candidata por antonomasia es Turquía, origen de los 300 o 400 drones que el ejército pakistaní empleó contra objetivos militares indios. 

Las represalias contra el país de Recep Tayyip Erdogan ya han empezado. Una empresa turca de gestión de equipajes, Çebeli,  perdió el jueves el visto bueno de las agencias indias, “por motivos de seguridad nacional”, y el ministerio de Aviación le revocó “con efectos inmediatos” la autorización de que disfrutaba para operar en nueve aeropuertos. Entre ellos, Bombay, Delhi, Bangalore, Haiderabad y Goa. Ese día, sus acciones perdieron un 10% en la  bolsa india. 

Según algunas fuentes, Air India empuja para que Turkish Airlines aparezca también en el radar, para poner en cuestión su acuerdo de leasing con su rival Indigo, también india y también privada. Está en el aire, pero las webs de viajes detectan ya una caída de reservas a Turquía y Azerbaiyán, que también expresó su apoyo a Pakistán durante el conflicto. Alguna de ellas, como MakeMyTrip, han suprimido las promociones a estos países, que el año pasado atrajeron a 330.000 y 240.000 turistas indios, respectivamente. Bakú está de moda en India y Estambul nunca ha dejado de estarlo para las bodas exóticas por todo lo alto. 

Otros colectivos profesionales también se están posicionando. En Delhi, uno de los mayores mercados mayoristas de frutas de Asia ha declarado el boicot a la manzana turca. Otro gremio llama a corregir la dependencia del mármol de Turquía, origen del 70% de las importaciones indias. Mientras que los fabricantes indios cuestionan el arancel turco del 46% para sus alfombras, mientras que las turcas solo están gravadas con un 20% en India. 

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Un policía, Nasir Ahmed, inspecciona los daños provocados en su casa por la artillería pakistaní, en Paranpillan, al norte de Srinagar, capital de Cachemira 

Dar Yasin / Ap-LaPresse

De este clima revanchista no se libra ni la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU), oasis progresista en Delhi, que acaba de suspender un acuerdo suscrito en febrero con una universidad del sudeste de Turquía, en Malatya.

La citada Çelebi Aviación dice estar cooperando con las autoridades pero ya ha recurrido el veto en los juzgados, “por su vagueda y falta de base”, subrayando el perjuicio a más de tres mil setecientos trabajadores y a “un 65% de accionistas que ni siquiera son turcos”. 

El veto a Çelebi en el aeropuerto de Bombay llevaba días siendo promovido por los militantes del Shiv Sena, un partido nacionalista hindú de Maharashtra, de corte gangsteril, en disputa con el BJP de Narendra Modi, del mismo modo que Çelebi competía con otras empresas que ahora se quedarán con su parte del negocio.

Por otra parte, el conglomerado del magnate Gautam Adani, concesionario de varios aeropuertos en India -y de una terminal del puerto de Haifa, en Israel- ha anunciado el final de su acuerdo con DragonPass, proveedor chino de acceso a lounge.

El foco en los drones turcos -de dos marcas distintas- actúa también como cortina de humo sobre el duelo aéreo de la denominada operación Sindur que más curiosidad ha despertado en todo el mundo, entre los cazas pakistaníes de fabricación china (J-10) y los cazas indios de fabricación francesa. Esta vez Pakistán no habría utilizado sus F-16 estadounidenses, tras el despliegue por parte india de las baterías antiaéreas rusas S-400. 

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Universitarias pakistaníes en el Día de Gracias a las Fuerzas Armadas, ayer viernes en Lahore 

RAHAT DAR / EFE

Turquía también está construyendo cuatro corbetas para las Fuerzas Armadas de Pakistán y mandó una de su propia armada  “en visita de cortesía” al puerto de Karachi, pocos días antes de la operación  Sindur. Asimismo, durante el desarrollo de esta, por lo menos un avión Hércules C-130 con origen en Turquía aterrizó en Karachi, aunque Ankara negó que transportara armas o munición. 

La operación Sindur tenía en la diana pisos francos y mezquitas utilizadas como cuartel general por muyahidines partidarios de anexionar a Pakistán los dos tercios de Cachemira bajo control indio. El miércoles se supo que el ministerio de Exteriores de India comunicó a sus homólogos pakistaníes, con horas de antelación, que ninguna instalación militar iba a ser atacada, “solo campamentos terroristas”. 

Así que la operación tuvo, en efecto, algo de danza de guerra, pensada para satisfacer  a sus respectivos públicos. Sin embargo, Pakistán fue algo más allá de lo esperado en su respuesta, propiciando una peligrosa escalada. Por primera vez desde 1971, India ha atacado de forma considerable objetivos en el interior de Pakistán -y no solo en la Cachemira pakistaní- incluidas bases aéreas de ciudades como Rawalpindi y Karachi (o por lo menos sus pistas). 

La semana pasada, India Delhi quiso “dar una lección” a Pakistán por su supuesta complicidad en la matanza de dos docenas de turistas hindúes en Cachemira, acaecida quince días antes. El pulso militar y diplomático no arroja un resultado concluyente, pero está sirviendo para despejar incógnitas en ambos ámbitos. 

Es la primera guerra en que el arsenal pakistaní está dominado por armamento chino, más que estadounidense, como testimonio de la deriva de la última década y media. También supone la puesta de largo en combate de algunos de estos equipos, con consecuencias de largo alcance en otros escenarios, como el estrecho de Taiwán, por su aparente rendimiento por encima de lo esperado (en el caso de los cazas, no así en el caso de las defensas antiaéreas, también chinas). 

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El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, apoyó públicamente a Pakistán tras el primer raid indio. Ayer, en la cumbre paneuropea de Tirana, Albania, era reclamado por los jefes de gobierno de España (en la imagen), Alemania, Francia o Reino Unido, mientras Rusia y Ucrania volvían a hablarse en Estambul. 

FERNANDO CALVO / EFE

Para pasmo de los indios, el ejército de Pakistán celebraba ayer viernes el autodenominado “desfile de la Victoria”. Hace apenas una semana, Asia estaba en un lugar muy peligroso, con dos potencias nucleares bombardeando sus respectivas bases aéreas. El presidente estadounidense Donald Trump se apresuró a colgarse la medalla de la tregua, presentándose como el gran mediador. Algo inmediatamente corroborado por Islamabad, pero negado repetidamente -esta semana, en una carta de seis puntos- por el ministerio de Exteriores de India. 

Pakistán hasta se plantea dedicar un festivo anual al acontecimiento, a partir del año que viene, mientras que en India el ambiente no es de jolgorio. Sin olvidar que el contingente de medio millón de soldados indios en Cachemira fue inútil para impedir la matanza y luego para detener a los terroristas, que siguen en paradero desconocido. 

No es cierto que Pakistán haya ganado. Pero India debería haber sabido que un empate es una victoria para David y una derrota para Goliat. Peor aún, Cachemira, un conflicto que prácticamente había desaparecido de los medios internacionales, en beneficio de otros, ha resucitado temporalmente. 

Casi nadie en India cuestiona que la matanza de turistas hindúes no podía quedar sin respuesta. Pero en Pakistán -y fuera de Pakistán- persisten las dudas sobre la cantidad y calidad de pruebas sobre la autoría aportadas por el gobierno indio. Esto podría deberse al peligro que su revelación podría suponer para las fuentes de las agencias de inteligencia indias. Pero también podría indicar que la insurgencia autóctona cachemir jugó un papel mucho mayor del que se quiere admitir.

Todo ello en un momento en que Nueva Delhi vende como “normalidad” una situación que no lo es, ya que Jammu y Cachemira -que fue incorporada en su mayor parte a la India con ciertos privilegios respecto a los demás estados de la Unión- ahora ni siquiera está considerada un estado, sino un territorio supeditado al gobierno central. 

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Soldados indios patrullando en Srinagar, Cachemira, el lunes pasado

Mukhtar Khan / Ap-LaPresse

Pero el descrédito de los muyahidines es todavía mayor porque  no perpetraron su matanza durante los cinco años largo en que el parlamento de Jammu  y Cachemira estuvo disuelto, sino pocos meses después de su reapertura- tras la celebración de elecciones- con competencias limitadas. 

En momentos como este, como nos recuerda la historia, India toma rigurosamente nota de quiénes son sus amigos y de quiénes no lo son. El desengaño con la equidistancia de Donald Trump, supuesto amigo de Narendra Modi, es mayúsculo, aunque le había precedido el jarro de agua fría de los aranceles, ahora en suspenso. 

Entre la ciudadanía india y pakistaní, a diferencia de lo que ocurre entre la ciudadanía europea, no hay una memoria familiar de la guerra y sus traumas. La Segunda Guerra Mundial solo pasó por allí de refilón, aunque millones de indios combatieran por el rey de Inglaterra en otros frentes. La guerra es una abstracción en casi todas las ciudades de India y Pakistán -no así en Bangladesh, Sri Lanka o Nepal- como las contiendas del siglo XIX, confinadas al frente. Para bien o para mal, la primera guerra en el subcontinente con uso abundante de drones podría haber acabado con esa distancia crítica.

Los talibanes afganos, para los que la guerra no es ninguna abstracción, ni ninguna frivolidad que pueda ser retransmitida como un partido de críquet, tuvieron que llamar a la calma a indios y pakistaníes, en pleno fragor guerrero. El gobierno de Kabul también fue diligente a la hora de condenar la matanza terrorista de Pahalgam. Todo ello ha conseguido que, por primera vez, el ministro de Exteriores indio, S. Jaishankar, hablara al teléfono con su homólogo talibán, Amir Jan Muttaqi, a quien sobre el papel no reconoce. Aunque solo sea para negarle a Pakistán la certeza de contar con “profundidad estratégica” en casa del vecino, en caso de guerra prolongada con India. 

El gobierno indio creía que algo parecido a la solidaridad internacional registrada tras el asalto terrorista a Bombay, en 2008, iba a repetirse ahora. Pero entonces las pruebas apuntaban de forma nítida a Karachi como punto de partida del comando. Y a diferencia de entonces, la respuesta india ha sido netamente militar. De modo todavía más decisivo, colocar a Pakistán contra las cuerdas cuadraba entonces con los intereses de EE.UU., cuyas tropas en Afganistán empezaban a verse desbordadas por el renacimiento talibán, desde la retaguardia pakistaní. Hoy en día no se da esa correlación.

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Un militante del partido Sunni Tehrik, que defiende la pena de muerte para los blasfemos, ofrece un dulce a un soldado en Haiderabad (Pakistán) este viernes, Día de la Gratitud, en conmemoración por el alto el fuego

NADEEM KHAWER / EFE

De hecho, la equidistancia de Donald Trump en sus declaraciones ha dejado fuera de juego a muchos indios. India dio una lección de relaciones públicas al poner como portavoz de su ejército, durante la operación Sindur, a una coronel musulmana, Sofia Qureshi. Pero el mismo partido del gobierno nacionalista indio lo arruinó esta semana, cuando uno de sus altos cargos, ministro en Madhya Pradesh, tildó públicamente a Qureshi de  “hermana de los terroristas”, por su religión. 

Hay países que tienen un ejército y luego hay un ejército, el de Pakistán, que tiene un país. Su sufrido pueblo hace bien en celebrar victorias hipotéticas, en el marco de su democracia fallida. El primer ministro Shehbaz Sharif ganó unas elecciones dudosas, convocadas después de tomar la precaución de meter en la cárcel al gran favorito, su predecesor, Imran Jan. 

Sharif, en cualquier caso, ha felicitado a los países que  a su entender han apoyado a Pakistán en este último embate. Mal que le pese a India, no se trata solo de Turquía: “Nuestro agradecimiento a Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, China, Arabia Saudí, Turquía y los Estados Unidos”. 

Esta claro que Nueva Delhi no puede enemistarse con los países que le suministran sus hidrocarburos, ni tampoco con sus dos primeros socios comerciales, China y Estados Unidos, que le superan además en todos los parámetros, excepto en el de población y diversidad. De modo que Turquía, (1,5% de sus exportaciones y 0,5% de sus importaciones) es un sparring a medida, mucho más deseable. Y el propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, siempre encontrará la manera de devolver los golpes en beneficio electoral propio. 

Para disgusto de India, Recep Tayyip Erdogan acostumbra a pedir “justicia para Cachemira” todos los años, en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas. No es de extrañar que las relaciones entre la India de Modi y la Turquía de Erdogan sean glaciales, pese a vínculos históricos que el nacionalismo hindú no tiene el más mínimo interés en recordar (Constantinopla, Delhi y Lahore compartían hasta hace un par de siglos la misma cultura cortesana, de pabellones, miniaturas y cultivo de la lengua persa). Pero en septiembre pasado, el presidente turco no hizo referencia alguna a la disputa cachemir, en Nueva York. Algo que desde Nueva Delhi se interpretó como un guiño para que India levantara su veto al ingreso de Turquía en el grupo de los Brics. A la vista de las últimas escaramuzas, la espera podría ser larga. 

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