En muchas familias hay una oveja negra, pero la de los Windsor es negrísima, una mancha en la reputación de la monarquía británica, un arma para los partidarios de su reemplazo por una república y un desafío a la paciencia del rey Carlos III con su rosario interminable de escándalos que cuando no son sexuales son financieros.
Al duque de York le gusta mucho el dinero y aparentemente cree que su condición real le da vía libre para obtenerlo de maneras que para el resto de los mortales resultan ilícitas. El último ejemplo es una denuncia por haber utilizado el nombre Andrew Inverness para la compañía paraguas de un fondo de inversiones que canaliza el dinero que obtiene con sus negocios, algunos de los cuales implican la venta de influencia como miembro de la Casa Real, aunque sea caído en desgracia.

No se sabe cuánto dinero heredó de su madre ni lo que ha ganado en los negocios
¿Qué tiene de irregular que su empresa -con varias subsidiarias para que no sea pan comido seguir la pista al dinero- se llame Andrew Inverness? En principio no tiene nada de ilegal (Scotland Yard lo está investigando), pero una organización anti monárquica apropiadamente llamada Republic alega que para registrarla ha dado una dirección falsa en Londres, y que la referencia al ducado de Inverness que le concedió la reina Isabel II cuando se casó con Sarah Ferguson tiene como finalidad aprovechar su condición real para evitar el escrutinio habitual.
“Los royals creen al parecer que tienen impunidad legal, una opinión alimentada por la indiferencia con que la policía responde a las acusaciones de abusos sexuales, corrupción e irregularidades financieras. Proporcionar datos incorrectos sobre una compañía puede parecer trivial, o, según se interprete, puede constituir un fraude”, dice Graham Smith, el presidente del grupo (uno de cada cuatro británicos preferirían poder elegir al Jefe de Estado y que fuera un presidente en vez de un monarca, según las encuestas).

El príncipe Andrés, sin uniforme militar, junto a sus hermanos en el entierro de Isabel II
Andrés formó sus empresas -la principal y las subsidiarias- un año y medio después de que su madre lo despojara del título de embajador extraoficial para estimular el comercio del Reino Unido, una posición que le permitió crear contactos en China y los países del Golfo. No consta que sus gestiones beneficiaran de ninguna manera al país, pero sí su cuenta corriente gracias al cobro de comisiones. La venta de influencia ha continuado hasta hace pocas semanas, cuando saltó la liebre de su “amistad¨ con el hombre de negocios Yang Tengbo, que ha sido expulsado como presunto espía del régimen de Pekín por un tribunal semi secreto para asuntos de Seguridad Nacional.

Sarah Ferguson sigue siendo el principal apoyo de su ex marido
De Andrés se cuestiona no sólo la legalidad de sus fuentes de ingresos sino su buen juicio. Su hermano Carlos III no le permite trabajar oficialmente para la Casa Real, ni siquiera a nivel de representación, por considerar que su imagen está manchada irreversiblemente desde la amistad con Jeffrey Epstein y la participación en su trama de abusos sexuales (Isabel II pagó una fortuna para que no fuera a juicio por su relación con una menor). También le ha retirado el dinero del Fondo Soberano, del que se benefician otros familiares, y le ha exigido que pague lo que sería el alquiler en el mercado de la mansión de treinta habitaciones donde vive en Windsor (los gastos de seguridad son varios millones al año).
Cuánto dinero le dio su madre como herencia es un misterio, lo mismo que cuánto ha ganado con sus turbios negocios (como la venta de una residencia para esquiar muy por encima del valor de mercado). Pero lo que está claro es que es una oveja negra como el tizón.