Un cor furtiu, la biografía de Josep Pla escrita por el profesor Xavier Pla (Destino, en catalán y castellano), es un libro de un valor incuestionable. Merece todos los elogios que ha recibido. El volumen de documentación manejado por el autor es impresionante. El ámbito familiar, la educación, la vocación periodística, la influencia de la peña del Ateneo, son descritos con maestría. Las relaciones con las mujeres que amó son sometidas a un escrutinio implacable, con páginas -como las dedicadas al gato de Aurora- que bordean la pornografía. Episodios hasta ahora llenos de sombras, como el espionaje durante la Guerra Civil, quedan perfectamente aclarados.
Sin embargo, hay puntos que me han llamado la atención. La biografía arranca con unas páginas dedicadas a la forma de vestir de Josep Pla y a su afición a llevar ropa ajena. Estas páginas ayudan a comprender el proceso que cristalizó en la imagen del hombre de la boina, el escritor astuto que, para hacerse más cercano y vulnerable a los ojos del lector, disfrazaba su enorme talla intelectual bajo la ropa humilde de un campesino. Pero no sé si la curiosa afición de Pla a vestir prendas de otras personas refleja, como el autor sostiene, “una insatisfacción que se encuentra en el fundamento de su vida y de toda su dedicación a la literatura”. En este punto estoy más cerca del propio Pla, que escribió: “Hay dos cosas que nada tienen que ver con la literatura: lo que la gente llama la moral y la frecuentación de las sastrerías”.
El autor dice que el día de San José del año 1975 el editor Josep Vergés fue a ver a Pla y que el escritor llevaba un traje azul marino que había sido suyo (de Vergés). Pero en realidad ese día, según explica Vergés en el volumen 45 de la Obra Completa, Pla recibió la visita del entonces príncipe de Asturias, Juan Carlos, y la princesa Sofía. El autor no lo dice. ¿Por qué? ¿No lo considera relevante? Podemos imaginar que no lo dice porque en este capítulo se está ocupando de la propensión de Pla a ponerse ropa ajena. Pero de hecho, por lo que Vergés da a entender, Pla se puso aquel traje porque iba a recibir al príncipe, no porque le apeteciera ponerse la ropa de nadie.

Xavier Pla
Otra omisión que me sorprendió, menos anecdótica: antes de morir, a pesar de que siempre se declaró agnóstico, Josep Pla recibió la extremaunción. Se la administró el abad de Poblet, Maur Esteva. En la homilía de las exequias, el abad dijo que no era preciso que el escritor se convirtiera, porque nunca había apostatado, ni que se confesara, porque ya lo había hecho sobradamente a través de su obra, y contó que después de recibir los santos sacramentos Pla encendió un cigarrillo y se declaró muy satisfecho de aquella ceremonia. ¿Fue una conversión a las puertas de la muerte? ¿O una flaqueza de anciano, propiciada por sus hermanos?
Xavier Pla dedica páginas magníficas al pacto fáustico que marca la vida de Josep Pla: escribir, escribir, escribir, exija los sacrificios que exija. Podemos entender las razones por las que fue incapaz de comprometerse en serio con Adi Enberg, la única mujer de su vida que, intelectualmente, estaba a su altura, pero no por qué la dejó por otras que a duras penas podían leer lo que él escribía (Consuelo, su última pareja estable, era analfabeta) y que bordeaban la prostitución. Xavier Pla no nos aclara el misterio de la atracción de un escritor como él por unas personas de tan precario nivel cultural, ni nos hace ver las raíces de su misoginia.
En los asuntos de corazón de Pla -incluidos los de la parte del corazón que, anatómicamente, se halla por debajo de la cintura- es difícil ir más allá de lo que el autor ha ido. Pero me hubiera gustado que hubiera dedicado un poco más de atención a su filosofía vital y que hubiera subrayado más la influencia de Nietzsche, porque creo -cada loco con su tema- que la lectura obsesiva del filósofo alemán, de joven, tuvo un peso decisivo en la visión del mundo de Pla y puede explicar algunas de sus contradicciones y el individualismo amoral que en muchos momentos le caracterizó.
⁄ Vergés le prestó un traje, pero el biógrafo no dice que fue para que recibiera a los príncipes Juan Carlos y Sofía
También me hubiera gustado que nos hiciera comprender mejor -comprender, no aprobar, ojo- los motivos que empujaron al vencedor vencido Pla, como le llamaba recientemente en este diario Ignacio Martínez de Pisón, a sumarse a las fuerzas de Franco en la Guerra Civil. Vemos un Pla oportunista, que se pone al servicio de Cambó para asegurarse el sustento sin rechazar un extraño cargo como inspector de trabajo en Murcia ofrecido por Lerroux, y que no duda en apoyar el alzamiento militar contra la República. Pero no sé si vemos con suficiente nitidez al periodista que se da cuenta demasiado tarde de que la victoria del bando que ha elegido será incompatible con su idea de Catalunya, ni al hombre que se siente como un náufrago en un siglo turbulento y que se aferra como puede al pedazo de madera que el azar le pone al alcance de la mano.
La investigación del profesor Pla es tan abrumadora que hay momentos en que el lector tiene la sensación de estarse bañando en el agua sucia de la bañera del mas Pla. En un libro como este, esto es un mérito innegable. La discreción sobre los hechos más sórdidos no es ninguna virtud al escribir una biografía. Pero no sé si Xavier Pla nos hace sentir lo suficiente que esta agua sucia es el residuo de los esfuerzos de un hombre que se sentía a la intemperie y el precio por llegar a la cima de la obra que nos dejó.
⁄ No nos aclara su atracción por mujeres de tan precario nivel cultural, ni las raíces de su misoginia
Todos los que tenemos interés en Pla le debemos agradecimiento. Un cor furtiu no sólo dibuja con trazos magistrales la trayectoria vital del escritor, sino que pinta un gran fresco de la historia cultural de Catalunya en los primeros ochenta años del siglo XX. Pero quedan rincones por explorar. Josep Pla todavía puede dar trabajo a quien quiera dedicarse.