Vivió muriendo, dijo un amigo, pero ella, que forjó su fortaleza en su vulnerabilidad, siempre quiso mostrarse erguida, capaz de mantenerse en pie pese a tener que lidiar con el dolor crónico, los abortos, las infidelidades y el desasosiego de un matrimonio apasionado y furioso. Cuando finalmente se divorció de Diego de Rivera, con el que se había casado diez años antes (en el momento de la boda tenía 22 años y él 42), Frida Kahlo inmortalizó la ruptura en Las dos Fridas (1939), la pintura más grande que haría en toda su vida.
La hizo “no como una entrada en un diario privado manchado de lágrimas o una carta a un amigo, sino como un objeto físico monumental destinado a ser compartido con el público”, escribe Debra Brehmer en un ensayo publicado en la revista Hyperallergic , Elegía al dolor de Frida Kahlo , en el que la historiadora se sorprende de que pese a la mayor parte de la humanidad hemos compartido la devastadora confusión emocional de una separación, el tema ha sido extrañamente esquivo en la historia del arte. De hecho, considera Brehmer, estaríamos ante la única pintura histórica ampliamente conocida y creada por una mujer sobre el fin de una relación sentimental

Visitantes contemplan 'Las dos Fridas' durante una exposición en Monterrey
Frida explicaba que en la vida había sufrido dos accidentes. El del autobús, que con 17 años le arruinó la pelvis y la columna vertebral, “y Diego, que fue mucho peor”. Estaba acostumbrada a sus infidelidades. Ella también tenía amantes, hombres y mujeres. Pero descubrir que el famoso muralista marxista estaba teniendo una aventura con su hermana Cristina se le hizo insoportable.
En el doble autorretrato, las dos Fridas se sientan una al lado de la otra tomadas de la mano. La de la derecha, todavía casada, lleva un vestido tehuano de colores, signo reivindicativo de su nacionalidad mexicana, su corazón está sano y alimenta con su propia sangre un retrato de Rivera, al que reduce en edad y tamaño a la mínima expresión. La Frida soltera viste un traje blanco que deja a la intemperie su corazón amputado, mientras una arteria gotea sangre en forma de flores sobre la falda. Un año después la pareja volvía a darse el sí quiero.
Frida Kahlo compartió en una gran lienzo su divorcio de Diego de Rivera
El tema de Frida Kahlo fue ella misma, su dolor y su deseo sirviendo de ardiente combustible para un arte formidable y poco común que se siente intenso y real. Su mirada imperturbable hacia sí misma anticipó el arte confesional de artistas como Tracey Emin o Sophie Calle, que por cierto levantaron sendos monumentos de sus rupturas miserables. La primera con My bed , los escombros de las cuatro noches de sexo y borrachera con las que trató de ahogar el dolor de una separación amorosa. Calle, transformado el dolor íntimo en una suerte de ceremonial público de la mujer despreciada: reenvió a 107 mujeres el miserable e-mail de un amante que le anunciaba que todo había terminado y les pidió que le respondieran por ella. No sé si el tema daría para un nuevo género, quien más quien menos ha pasado por un trance así, pero se necesita mucho arrojo para crear y salir airoso del sufrir.